Me gustaría visionar, para un futuro cercano, un país donde la educación primaria, secundaria y universitaria incorporasen la capacidad y actitud de emprender como asignatura básica, fomentando desde edades tempranas, la iniciativa y la inquietud emprendedora en el sentido más amplio de la palabra. Huyamos de la percepción más simple que clasifica al emprendedor como el que apuesta por un nuevo negocio, e intentemos convertir en héroe nacional a toda persona capaz de generar cambios, de arriesgar en la puesta en marcha de proyectos, ya sean culturales, intelectuales, artísticos, científicos, sociales o empresariales, con el fin último de contribuir a la creación de valor para su entorno.
Un país donde las empresas, especialmente las empresas nacionales, se sintieran apoyadas por las instituciones y reconocidas por su capacidad para generar riqueza y promover el crecimiento económico y el desarrollo social. Un país donde la capacidad innovadora fuera valorada por la sociedad, más allá de retóricas repletas de lugares comunes y ejercicios voluntaristas basados en buenas intenciones pero carentes de un compromiso real. Un país con un ecosistema propicio, en un entorno donde el esfuerzo innovador, la inversión en la generación de nuevos productos y el riesgo que asumen las empresas fueran reconocidos y apreciados en su justa medida. Un país en el que los hechos acompañaran a las palabras y a las promesas, cuyos caminos tantas veces divergen.
Un país en el que la colaboración, el partenariado y las alianzas público-privadas no fueran vistas como rara avis o signo de debilidad de alguna de las partes, sino como la mejor manera de combinar talento, experiencia y capacidad en un engranaje que proporcione beneficios para todos, sin que nadie tenga que perder para que alguno gane. Se trata de aunar esfuerzos, sumando compromisos de todas las partes: agentes sociales, gobernantes, políticos, empresarios, ciudadanos y sociedad en general, que quieran compartir un proyecto, un país, para superar los enormes retos a los que nos enfrentamos. En definitiva, debemos entre todos, reforzar aquello que nos une, que es mucho más que lo que nos separa, y que nos permitirá avanzar.
Podría enumerar muchos otros deseos para ese futuro que me gustaría vislumbrar cercano, pero la realidad se impone y para iniciar el camino hacia él debemos dejar de lamentarnos por la crisis que nuestro país vive y empezar a construir en positivo.
España ha sido, hasta hace no mucho tiempo, destino preferente para las inversiones de muchas compañías multinacionales que, atraídas por los bajos costes laborales y las fuertes expectativas de crecimiento, se implantaron, proporcionando bienestar, trabajo y recursos a un país que se encontraba a la cola de la Unión Europea en los principales indicadores socio-económicos. Posteriormente hemos vivido muchos años en una creciente prosperidad y más recientemente, potenciada por una burbuja inmobiliaria de un tamaño espectacular, en la que todos nos sentíamos cada día más ricos, con más patrimonio, cuando en realidad estábamos cada vez más hipotecados y más endeudados, individual y colectivamente. Y un día la burbuja explotó, poniendo al descubierto, con toda la crudeza de cuatro millones de parados, la imperiosa necesidad de un cambio radical de modelo económico que permita afrontar el futuro con ciertas garantías de éxito.
España debe definir y clarificar qué tipo de país desea ser. Especialmente en los momentos de dificultades que estamos atravesando y al no poder apoyar a todos los segmentos económico-empresariales, nuestros representantes políticos deben analizar en qué podemos ser excelentes e identificar qué sectores actúan como locomotora del avance científico-tecnológico, sin duda una de las vías de competitividad futura de cualquier nación, y apostar fuertemente por ellos. Por supuesto, todo ello sin olvidar nuestro tradicional atractivo como destino turístico de primer orden y con la fuerza que nos da un idioma que es el segundo más hablado en el mundo.
El modelo de crecimiento español necesita reorientarse hacia sectores intensivos en innovación y conocimiento en los que también tenemos ventajas importantes, porque, aunque haya alguien a quien le parezca sorprendente, en España ya existen sectores de alta tecnología, intensivos en investigación y desarrollo que cuentan con fuerte implantación empresarial tanto a escala nacional como internacional.
Esto es, no se trata de inventarse una nueva industria de la nada, sino de creer, potenciar y apostar por el desarrollo de lo que ya tenemos. Disponemos de importantes candidatos entre estos sectores de vanguardia, como por ejemplo la industria farmacéutica. Una industria que, a su vez, forma parte de un ecosistema más global formado, entre otros, por centros públicos de investigación, una red hospitalaria de primer nivel internacional, una eficiente red asistencial sanitaria (médicos y farmacéuticos), universidades de reconocido prestigio y, sobre todo, talento.
Por mi conocimiento acerca de esta industria farmacéutica, permítanme que les dé algunos datos al respecto, adicionales a su misión per se que es la de aportar nuevos medicamentos a la sociedad: i) la industria farmacéutica es líder en investigación en España, al ser responsable de más del 20% de toda la I+D privada de nuestro país; ii) su productividad supera la media de la industria manufacturera española en más del 100%; iii) realiza exportaciones de más de 8.100 millones de euros al año, que la sitúan en el cuarto lugar de los sectores exportadores; iv) cuenta con un volumen de empleo directo, indirecto e inducido superior a los 200.000 profesionales, la mayoría de elevada cualificación técnico-científica, y v) es responsable del 50% de todo el Valor Añadido Bruto generado por los sectores de alta tecnología en nuestro país.
A la vista de estos datos, es evidente que no hablamos de una futura promesa, sino de una realidad tangible en España. Una industria que merece la pena potenciar. Para ello es imprescindible contar con el apoyo, no tanto financiero como operativo, de las Administraciones Públicas, profesionales sanitarios, investigadores y resto de agentes sociales, ya que sin su impulso y su complicidad nos va a resultar muy complicado competir con otros países que ya han apostado por la industria farmacéutica como uno de los sectores que deben liderar su nuevo modelo de crecimiento sostenido a medio y largo plazo, como por ejemplo Reino Unido, Francia o Irlanda.
Por último, y en mi condición de empresario familiar de tercera generación, mi visión es la de ser innovador, como lo fue mi abuelo desde su rebotica de la farmacia de Manresa. Él fue capaz de sintetizar la primera sulfamida y atraer la atención del Nobel Dr. Fleming y sentar las bases de un proyecto empresarial que aún hoy sigue avanzando bajo su filosofía. La visión, decía al principio, construye realidades: me gustaría seguir liderando un proyecto innovador, que refuerce el tejido empresarial nacional y lo eleve al ámbito internacional. Existen oportunidades y debemos aprovecharlas. Es el momento de actuar, de generar alianzas, de formalizar pactos que permitan sumar las habilidades individuales en favor de la sostenibilidad, del progreso y avance de nuestra sociedad, para que nuestros hijos reciban en herencia un país más próspero y más competitivo, en definitiva, un mejor país, un país emprendedor.
Antoni Esteve es presidente del grupo químico farmacéutico ESTEVE.
Para ver el artículo en su contexto, ir a este enlace:
No hay comentarios:
Publicar un comentario